Cuando la tristeza invade.
Cuando las respuestas aturden, dan vergüenza.
Cuando descubro mi propia misera, mi ego herido, mi envidia
enfurecida.
Cuando me zambullo en las profundidades de mis propias
contradicciones. Cuando descubro que no soy quien creo ser. Que soy cruel, vil,
egoísta y maliciosa.
El diablo ronda.
Cuando mi mirada se nubla con un velo de desconfianza.
Cuando todo y nada pasa, y los nervios crispan mis arterias.
Cuando encuentro mi presencia lamentable, mirando desde la
esquina más oscura de este cuarto.
Cuando me agazapo para dar el golpe.
El diablo ronda.
Cuando espero convencida de una salvación externa.
Cuando, decepcionada, a cada instante descubro la ilusión de
mi pensamiento.
Cuando no me quiero, cuando me detesto.
Cuando lloro mordiendo la rabia, y siento un gusto amargo en
toda mi boca.
El diablo ronda.
Cuando ya no puedo, cuando me duele el alma, negra de
vergüenza.
Cuando me rindo, caigo al piso y suplico por clemencia.
Cuando quisiera irme de mi misma, abandonarme en mi
existencia.
Cuando ya no veo, ni siento, ni puedo.
El diablo ronda.
Y qué esperar si no con ansias la salida de un nuevo sol.
Que la tormenta pase, y las aguas calmen su bravura.
No está tan mal. El diablo asusta. No está tan mal.